Liberalismo – Blasfemia

El liberalismo, ¿será tan horrendo como se dice? Tal o cual persona está acusada de ser un “liberal,” y sin embargo muchos de los que se ven acusados de serlo, niegan rotundamente que la etiqueta pueda ser aplicada a ellos. ¿Quién tiene la razón? ¿Los acusadores o el acusado? Siendo el “liberalismo” una palabra que designa el error de los tiempos modernos que engloba todo, y que es responsable de arrastrar innumerables almas a las llamas del Infierno, merece ciertamente una atención suplementaria.

En realidad, la libertad designa lo de que yo estoy libre (de tal o cual impedimento; por ejemplo estoy libre de una cadena que me impediría caminar), o bien ella designa lo que yo estoy libre para hacer (eligiendo tal o cual meta, por ejemplo caminar hasta el pueblo o hasta el precipicio). De estos dos aspectos de la libertad, la libertad negativa de impedimento (por ejemplo, libre de una cadena que me impide caminar) viene, a la vez, antes de la meta positiva en cuanto al tiempo (caminar hasta el precipicio), pero después, en cuanto a la importancia (o a la gravedad). Pues estar libre de impedimento (sin cadena) viene antes en cuanto al tiempo dado que si estoy impedido de caminar (por la cadena) para alcanzar un objetivo (el pueblo o el precipicio), tal objetivo es evidentemente imposible de alcanzar. Por otro lado, en cuanto a la importancia (o a la gravedad), la libertad de impedimento (sin cadena) viene después de la libertad de elección porque el valor de una voluntad no impedida dependerá del valor de la meta (pueblo o precipicio) elegida, y por la cual habré utilizado esta libertad-de, que en si es solo negativa. Así, el tener un cuchillo me libera de encontrarme desarmado: si yo utilizo el estar armado para cortar la comida para comer, esta libertad es buena; in cambio si yo utilizo el estar armado para cortar en pedazos a mi abuela, esta libertad se hace mortífera.

Ahora bien, lo que hace el liberalismo es darle a la libertad de impedimento (sin cadena), un –o el- valor supremo en sí misma (a esa libertad), independientemente de la libertad para elegir, sea para la buena meta (pueblo) sea para la mala (precipicio). Así, los liberales independizan la libertad de impedimento (sin cadena) de la meta buena o mala, del bien y del mal. Pero la diferencia entre el bien y el mal es una parte esencial de la creación de Dios, prevista desde la fruta prohibida del Paraíso Terrenal hasta el fin del mundo, para que el hombre haga su elección entre el Cielo y el Infierno. Y, a causa de ello, anteponer la libertad de impedimento a la ley de Dios es anteponer el hombre a Dios.

Dado que el liberalismo implica así la negación implícita de la ley moral de Dios, del bien y del mal, el liberalismo hace implícitamente la guerra a Dios, colocando al “derecho” humano para elegir, antes del derecho divino a dar mandamientos. Ahora bien, tal como lo decía el Arzobispo Lefebvre, existen 36 variedades diferentes de liberales, y entre ellas sin duda no todas pretenden hacerle la guerra a Dios. Pero la guerra a Dios sigue siendo la conclusión lógica de los liberales que dan el valor supremo a la libertad, y es la razón por la cual para muchos de ellos, todo está permitido. Habiendo degradado y destronado a Dios y a sus reglas, entonces la adoración de la libertad viene a ser para los liberales su religión de sustitución, una religión sin reglas, a no ser su propia voluntad.

Mas aún, siendo una religión de sustitución, debe desembarazarse de la verdadera religión que le bloquea el camino, de tal manera que los liberales se vuelven naturalmente “cruzados” en contra de la orden de Dios en todos los rincones de su creación: matrimonio libre de género, familia libre de hijos, Estados libres de autoridades, vidas libres de moral, y así sucesivamente. Tal guerra contra la realidad de Dios es una locura total y, sin embargo, los liberales, aparentemente tan buenos para los hombres que están “liberando,” pueden ser de hecho tremendamente crueles contra cualesquiera sea un obstáculo en medio del camino de su cruzada. Está en la lógica de su religión de sustitución que ellos no se sienten obligados a observar ningún miramiento en pisotear a los anti-liberales, porque estos no merecen ninguna piedad.

Durante 20 siglos, la Iglesia Católica ha condenado tamaña locura. Sin embargo, aprovechando el Vaticano II, la Iglesia oficial le ha abierto la puerta, declarando por ejemplo (“Dignitatis Humanæ”) que cada Estado debe proteger la “libertad-de” una coacción civil religiosa de sus ciudadanos en lugar de su “libertad-para” practicar la verdadera religión. Y ahora, los dirigentes de cierta Fraternidad católica quieren ponerla bajo la autoridad de los Romanos del Vaticano II. Para la verdadera religión, tal acción es, como el Arzobispo Lefebvre la llamó, la “Operación Suicidio.” Es normal, en este sentido que el liberalismo es intrínsecamente suicida.

Kyrie eleison.