SUPLICAR con CONFIANZA
“No temáis”, dijo Jesús, “a el y al mundo he vencido por igual” (Jn. XVI, 33).
El último día del año 2023 un sacerdote franciscano del convento de los capuchinos de Morgon en Francia pronunció un sermón sobre ese reciente documento del papa Francisco, Fiducia Supplicans (“Suplicar con confianza”), que ha generado escándalo a las almas de todo el mundo. Este sermón es un notable resumen de por qué el documento ha producido tal escándalo. El sermón se resume a su vez aquí abajo, a menos de la mitad de su extensión original.
En el relato de la Presentación del Niño Jesús en el Evangelio de San Lucas (II, 22–35), leemos cómo el anciano Simeón profetizó que el recién nacido que María acababa de poner en sus brazos sería un signo de contradicción para el mundo entero. Todos los hombres tendrían que aceptarlo o rechazarlo, porque no pueden permanecer neutrales. Un ejemplo clásico de esta contradicción son las leyes católicas sobre el matrimonio. Si en la práctica los católicos infringen estas leyes por debilidad, eso ya es grave, pero si niegan esas leyes en principio, es un pecado espiritual, mucho más grave aún.
En este sentido, la reciente firma por parte del Papa de la “Fiducia Supplicans” causará un daño incalculable a la Iglesia, porque dará derecho a todo tipo de parejas que actualmente viven en pecado a “pedir con confianza” una bendición a cualquier sacerdote católico, y así pensar que ya no viven en pecado. Esto pondrá en peligro su salvación eterna. Porque, ¿acaso Juan el Bautista y Tomás Moro fueron tontos por dar sus vidas para defender las leyes de Dios sobre el matrimonio? Es cierto que Nuestro Señor mismo no condenó a la mujer sorprendida en adulterio (Jn.VIII, 3–11), pero tampoco la bendijo, sino que le dijo que no pecara más (v.11). Bendecir a los pecadores, sin darles ninguna instrucción o reprensión por su pecado, sólo puede animarles a continuar en su pecado.
Al entrar en el nuevo año, debemos rezar por todos aquellos que corren el riesgo de ser víctimas de este terrible documento. En primer lugar, por los sacerdotes católicos, para que tengan el valor de Juan el Bautista y de Tomás Moro de hacer frente a la presión conjunta de las malas autoridades actuales de la Iglesia y del Estado, que querrían hacer que los sacerdotes se dejaran llevar por la corriente del mundo impío de hoy para abandonar a Dios, quebrantando sus claras y estrictas leyes del matrimonio. En segundo lugar, debemos rezar por las familias católicas que luchan contra viento y marea por mantener las leyes del matrimonio de Dios, especialmente por los cónyuges abandonados que ven cómo el papa anima a los que no guardan, sino que rompen, Su ley. En tercer lugar, debemos rezar por las almas de todo el mundo, ofendidas por semejante escándalo, procedente del papa.
En efecto, cualquier escándalo es tanto mayor por la altura de la autoridad de la que procede, por la obviedad de la inmoralidad que promueve, y por el número de almas a las que ofende. En los tres aspectos, el escándalo de “Fiducia Supplicans” es inconmensurable. En cuanto a la autoridad que escandaliza, no hay autoridad moral más alta en la tierra que la del (al menos aparente) Vicario de Cristo, el Papa. En cuanto a la inmoralidad promovida, ¿qué hay más básico para la sociedad humana que las leyes naturales del matrimonio que Cristo reforzó, pero que incluso los paganos comprenden claramente que abominan del adulterio y la homosexualidad? Y en cuanto a la extensión de las almas escandalizadas, ¿qué sociedad humana no se ve socavada en la formación de sus ladrillos de construcción, sus familias, por el Vicario de Cristo usando toda su autoridad en la tierra para ordenar a los sacerdotes de Cristo que bendigan a las almas pecadoras que viven desafiando las leyes naturales de Dios sobre el matrimonio?
Uno puede preguntarse si alguna vez en todos los 2.000 años de historia de la Iglesia se ha visto un escándalo tan grande. Debemos rezar incluso por el papa Bergoglio, para que pueda salvar su alma – ahora mismo, está en grave peligro.
Y, finalmente, debemos rezar a Nuestro Divino Señor, para agradecerle que se haya encargado de rescatarnos de la devastación del pecado que se está produciendo a nuestro alrededor, especialmente por parte de eclesiásticos pecadores. Sólo Él pagó por nosotros la deuda impagable a su Padre por nuestros pecados. Sólo Él nos abre las puertas del Cielo, que de otro modo estarían cerradas. Sólo Él nos permite cantar al final de esta misa no el “Miserere”, sino el “Te Deum Laudamus”: Te alabamos, oh Dios, por Tu sabiduría al permitir que el pecado y la muerte sean vencidos por Tu propio sufrimiento. Te pedimos sólo la gracia de la perseverancia hasta el fin.
Kyrie eleison.