Narrativa De Navidad
El siguiente punto culminante de una narrativa ciertamente adecuada para la Navidad, esta puesta en la boca de la Madre de Dios cuando vuelve a entrar en la sagrada gruta de Belén para describir a los amigos el nacimiento humano de Dios en el mismo lugar donde sucedió. Es un escritor valiente que procura describir la escena y poner palabras en la boca de la Madre. No todos los lectores de estos “Comentarios” estarán de acuerdo de que este intento ha sido exitoso. No importa. Otros lectores pueden deleitarse con la escena, la cual realmente sucedió, y debe haber sucedido de alguna manera parecida, y para estos lectores la presentamos aquí:
“María se pone en pie y entra a la cueva: “¡Todo, todo como entonces! . . . Pero en aquella ocasión era de noche . . . . José me hizo luz para que entrase. Entonces, sólo entonces, desmontando del borriquillo, sentí lo cansada y helada que estaba . . . . Un buey nos saludó. Me acerqué a él para sentir un poco de calor, para apoyarme sobre el heno . . . . José, aquí, donde estoy yo, extendió heno para hacerme un lecho. Lo había secado a la llama que estaba encendida en aquel rincón; para mí y para ti, Hijo . . . porque mi angélico esposo tenía para nosotros el amor de un verdadero padre . . . . Y los dos de la mano, como dos hermanos perdidos en la oscuridad de la noche, comimos nuestro pan y nuestro queso; luego él fue allí, a alimentar el fuego, y se quitó el manto para tapar la abertura de la cueva . . . . En realidad, había corrido el velo ante la gloria de Dios que descendía del Cielo. Con Jesús permanecí allí, encima del heno, al calorcito de los dos animales, arropada en mi manto y con la manta de lana . . . ¡Mi amado esposo! . . . En la conmoción de aquella hora, en que me encontraba sola ante el misterio de la primera maternidad, siempre henchida de lo desconocido para una mujer, y para mí – en mi maternidad única – henchida además del misterio qué sería ver al Hijo de Dios surgir de carne mortal, José fue para mí como una madre, como un ángel . . . mi consuelo . . . entonces y siempre . . .
Luego, silencio y sueño descendieron y circundaron al Justo . . . para que no viera lo que para mí era el beso de Dios de cada día . . . . Y, tras el intermedio de las humanas necesidades, he aquí que me llegan las desmesuradas olas del éxtasis, que vienen del mar paradisíaco, y que me elevan de nuevo a lo alto de las crestas luminosas, cada vez más altas, y me llevan arriba, arriba, con ellas, a un océano de luz, de más luz, de alegría, paz, amor, hasta verme perdida en el mar de Dios, del seno de Dios . . . . Oigo todavía una voz de la tierra: “¿Duermes, María?”. ¡Qué lejana! . . . ¡Es un eco, un recuerdo de 1a tierra! . . . Tan débil que el alma no reacciona. No sé lo que respondo. Mientras, sigo subiendo, subiendo, en esta inmensidad de fuego, de beatitud infinita, de precognición de Dios . . . hasta Dios, hasta el mismo Dios. ¡Oh!, pero, ¿te alumbré yo a ti, o fui yo alumbrada por los trinitarios Fulgores aquella noche?, ¿te alumbré yo a ti, o Tú me aspiraste para alumbrarme? No lo sé . . .
Luego el regreso, de coro en coro de ángeles, de astro en astro, dulce, lento, beato, sereno, como el de una flor que el águila ha llevado a las alturas para dejarla caer después, y desciende lentamente, en las alas del aire, embellecida por una gema de lluvia, por un pedacito de arco iris arrebatado al cielo, para encontrarse al final en la tierra que la viera nacer . . . . Mi corona: Jesús, Jesús sobre mi corazón . . .
Aquí, sentada, después de haberle adorado de rodillas, Lo amé. Por fin pude amarlo sin la barrera de la carne; de aquí me desplacé para llevarle al amor del Justo que como yo era digno de estar entre los primeros que lo amasen. Aquí, entre estas dos toscas columnas, Lo ofrecí al Padre. Aquí descansó por primera vez sobre el pecho de José . . . . Yo lo acunaba mientras José secaba el heno al fuego para mantenerlo tibio y ponerlo en el pecho del Bebé, luego, allí . . . adorándole los dos, inclinados hacia Él, como yo ahora; bebiendo Su respiración, contemplando hasta qué anonadamiento puede conducir el amor de Dios para los hombres; llorando las lágrimas que, ciertamente, se lloran en el Cielo por el gozo inagotable de ver a Dios”.
Kyrie eleison.