La Fe Es Crucial
La gran lección enseñada por Mons. Lefebvre (1905–1991) a los Católicos que tenían oídos para escuchar, fue que la Fe es superior a la obediencia. La triste lección que aprendimos desde entonces es que la obediencia sigue siendo calificada como superior a la Fe. Estos “Comentarios”, llevados continuamente por la confusión de hoy a regresar a lo básico, frecuentemente han intentado explicar por qué la Fe debe venir primero. Un intento más desde un ángulo ligeramente diferente no será demasiado.
Cada ser humano vivo en la tierra – ¡y no solo los Católicos! – tiene un alma inmortal sin la cual no estaría vivo. Esta alma no fue producida en masa sino creada individualmente por Dios, de la nada, para ser feliz con Él en el Cielo para siempre. Es la parte más importante de la naturaleza humana, por lo que pertenece al orden natural y no es en sí misma sobrenatural, sino que llegará al Cielo sobrenatural de Dios si hace un recto uso de su facultad natural de libre albedrío para cooperar con la gracia sobrenatural de Dios. Esta gracia no faltará, en cualquier forma que Dios elija ofrecerla, porque Dios quiere que todas las almas vayan al Cielo (I Tim. II, 4). La cuestión entonces es, ¿qué cooperación humana es necesaria – y no solo de los Católicos – para llegar al Cielo?
La Fe indudablemente es la base para esa cooperación. El Concilio de Trento llama a la fe “el principio de la salvación”, y la misma Palabra de Dios dice que “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Heb. XI, 6). Muchas veces en los Evangelios cuando Nuestro Señor obra un milagro, Él dice que es recompensa de la “fe” de los implicados, por ejemplo en Mt. XV, 28 (cura de la mujer Cananita), Mc. X, 52 (vista para un hombre ciego), Lc. VII, 50 (conversión de María Magdalena), etc. ¿En qué consiste esta “fe” y por qué es tan valiosa para Dios y por lo tanto para las almas?
Distingamos inmediatamente dos realidades, diferentes pero conectadas: la cualidad subjetiva de la fe en el alma, por la cual alguien cree sobrenaturalmente, y el cuerpo objetivo de realidades sobrenaturales, objetos de la Fe Católica, en la cual el Católico cree. Para distinguirlas, deletreemos la primera con “f” minúscula y la segunda con “F” mayúscula. Que ellas son distintas es obvio: un hombre puede perder su fe (subjetiva) sin que se produzca el menor cambio en la Fe objetiva.
Entonces dos cosas se vuelven claras. En primer lugar, la fe que salva un alma es esa cualidad subjetiva de la persona a la cual Nuestro Señor elogia y premia en los Evangelios. Él no está elogiando o premiando un cuerpo objetivo de verdades. Y en segundo lugar, la cualidad objetiva de la fe está determinada o especificada por la Fe objetiva. Yo no estoy salvado, yo no merezco ser elogiado o premiado por creer en cualquier tontería. La mujer Cananita no creyó en ninguna tontería, ella ciertamente creyó en la bondad y algún poder divino de Nuestro Señor. Lo que ella creyó fue no solo sobrenatural, o por encima de los meros poderes naturales de comprensión, sino también verdadero. Y muy probablemente, tan pronto como los Apóstoles establecieron poco después de la resurrección de Nuestro Señor las verdades básicas que un seguidor de Nuestro Señor debe creer, ella estaba feliz de tener su fe subjetiva enfocada y especificada o determinada por la entonces emergente Fe objetiva.
En otras palabras, la Fe objetiva se enfoca esa fe subjetiva sin la cual ningún alma se salva. Por lo tanto, los hombres de Iglesia que alteran la Fe objetiva están poniendo en peligro la salvación eterna de las almas. Si entonces la fe subjetiva es invaluable, también lo es la Fe objetiva. Ésta debe venir primero.
Kyrie eleison.