FIN de los TIEMPOS, FIN del MUNDO
FIN de los TIEMPOS, FIN del MUNDO on junio 1, 2024
En Romanos leemos cómo Pablo vio los eventos.
Pertenece a la sabiduría de Dios dejarnos a los seres humanos ignorantes de su calendario exacto o programa de los acontecimientos que conducen al fin del mundo, pero en el más inmediato de esos acontecimientos todos nosotros estamos implicados, y no nos está prohibido especular sobre ellos. Al contrario, para salvar mi alma puede ser prudente pensar en lo que Dios Todopoderoso tiene en mente, a fin de evitar ciertos errores importantes.
Por ejemplo, Dios puede guiarnos a los seres humanos para que hagamos lo que Él quiere, pero nunca nos quitará nuestra libre albedrío para que lo hagamos, y por eso es imposible una Edad de Oro de mil años de aquí al fin del mundo. Él tendría que estar constantemente anulando las elecciones de los hombres. Lutero (1483–1546) sabía que estaba destruyendo la Cristiandad. Le tomó 450 años hasta el Vaticano II, por así decirlo (1517–1965), pero al final de ese tiempo los hombres se habían corrompido cada vez más. Ahora puede haber una corta Edad de Oro como el triunfo del Corazón Inmaculado de Nuestra Señora, pero no puede durar mucho. En La Salette en 1846, Nuestra Señora dijo que sólo 25 años de buenas cosechas verán volver el pecado, es decir, el fin de la Edad de Oro y el comienzo del descenso al Anticristo. El milenarismo, una supuesta Edad de Oro de mil años antes del fin del mundo, es un error condenado por la Iglesia.
Otro error importante que debe evitarse es que la Iglesia llegará a su fin en la tierra en un resplandor de gloria humana. Una sola cita de Nuestro Señor pone fin a esa ilusión – Lc. XVIII, 8: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” En otras palabras, al final del mundo la Iglesia casi habrá desaparecido de la vista, presumiblemente como resultado de su persecución por el Anticristo, la persecución más feroz de toda su historia. Ese mundo que tiene al diablo por soberano (Jn. XIV, 29) verá en esa persecución una tremenda derrota para la Iglesia, pero Dios verá en ella las últimas gotas de santidad que le serán en forma de algunos de los más grandes mártires y santos de toda su historia, en otras palabras una de sus mayores victorias. No es de extrañar que el final de la Iglesia se parezca a la cruz de Nuestro Señor, porche la victoria universal de la Iglesia sigue inmediatamente en la forma del Juicio General, o universal.
Otro error que hay que evitar con toda seguridad es confundir el fin de los «tiempos» (véase Lc. XXI, 24) con el fin del mundo. En términos del comentario del venerable Holzhauser sobre los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, donde divide la historia de la Iglesia en siete Edades, el «fin de los tiempos», o fin de los tiempos para que los gentiles entren en la Iglesia de Dios, con el fin de reemplazar a toda la antigua raza elegida que decidió ya no ser pueblo de Dios (Mt. XXVII, 25), llega al final de la quinta Edad. Por el contrario, el fin del mundo llega al final de la séptima Edad. En efecto, la antigua raza elegida se convertirá de nuevo a Nuestro Señor, su propio Mesías, al fin del mundo (Rom. XI, 26), pero hasta entonces los judíos conversos seguirán siendo la excepción en lugar de la regla, en otras palabras, serán demasiado pocos para el propósito de Dios de poblar su cielo. De ahí todo el plan de salvación de Dios mediante los dos Testamentos – véase Romanos, capítulos IX, X, XI.
He aquí por qué el Nuevo Testamento tuvo que reemplazar al Antiguo; por qué la raza elegida en razón de la raza tuvo que dar lugar a la raza elegida en razón de la fe y dotada de dones sobrenaturales; es por eso qué los judíos tuvieron que ceder el paso a los gentiles, y por eso es qué les han hecho la guerra desde entonces (I Tesalonicenses II, 14–16), especialmente a los palestinos. Pero los católicos nunca debemos olvidar lo mucho que debemos a los héroes de Dios de antaño, del Antiguo Testamento. Sin ellos no habríamos tenido la encarnación de Jesús.
Kyrie eleison