Tenebrae

La Política de Jeremías

La Política de Jeremías on marzo 27, 2010

Así como Jeremías es el profeta del Viejo Testamento para las últimas dos semanas de cuaresma, también es el profeta para los tiempos modernos. El que él sea el profeta de las dos últimas semanas de la cuaresma es evidente de la liturgia de la Semana Santa en donde, para expresar su pena por la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, la Madre Iglesia elabora recurrentemente en las “Lamentaciones” de Jeremías por la destrucción de Jerusalén en 588 A.C. El que Jeremías sea el profeta de nuestros tiempos es la percepción del Cardenal Mindszenty, sin duda porque el Cardenal vio que los pecados de su propio mundo merecían más las denuncias de Jeremías que aquellos de Judá, encaminándonos con la misma certeza a la destrucción de nuestra actual vida de pecado.

Actualmente, en el dominio de la política y la economía, algunos comentaristas hoy en día (accesibles a través de internet) claramente ven cómo esa destrucción se acerca, pero no relacionan esto con la religión porque ya sea ellos, o la mayoría de sus lectores, empezando desde abajo, no piensan en las cosas de arriba. Jeremías, por el contrario, empezando desde arriba con su llamada dramática por Dios (Capítulo I), ve a la política, a la economía, a todo, a la luz del Señor Dios de las Hostias. Por lo tanto, después de denunciar incesantemente la horrenda perfidia de Judá y sus pecados en contra de Dios y después de anunciar el castigo de Judá en general (Cap. II-XIX), hace algunas profecías políticas en lo particular: los ciudadanos de Judá serán capturados y llevados a Babilonia (XX), con su Rey Sedecías (XXI), y los Reyes Joacáz, Joakim y Joaquín serán castigados también (XXII).

Dichas profecías no hacen a Jeremías muy popular. Los sacerdotes de Jerusalén lo arrestan (XXVI), un falso profeta lo reta (XXVII), el mismo Rey Joakím busca destruir los escritos del profeta (XXXVI), y finalmente los príncipes de Judá lo arrojan a un pozo lleno de lodo para que muera, del cual es rescatado únicamente por un Etíope (XXXVIII). Inmediatamente Jeremías se aventura de vuelta a la política, pidiendo con insistencia – en vano – la rendición del Rey Sedecías a los Babilonios, hecho que le hubiera ahorrado mucho sufrimiento.

Obviamente a las autoridades religiosas y seculares de la decadente Jerusalén no les gustaba lo que el hombre de Dios les decía, pero por lo menos tenían un sentido suficiente de la religión como para tomarlo en serio. ¿Acaso no, hoy en día, la Iglesia y el Estado lo tacharían de “loco religioso” y le dirían que se “mantuviera afuera de la política”? ¿No será que tanto la Iglesia como el Estado han deslindado a la política de la religión de tal manera que no pueden ver hasta que punto tan profundo sus políticas sin Dios están marcadas por su propia falta de piedad? En otras palabras, la relación de los hombres con su Dios impregna y gobierna todo lo que hacen, aún cuando esa relación por parte del hombre es una de total indiferencia hacia Dios.

Así es que si cualquiera de nosotros sigue este año un Oficio de “Tinieblas” (“oscuridad”), permitan que el dolor de Jeremías por la Jerusalén desperdiciada evoque para nosotros no solamente el dolor de la Madre Iglesia por la Pasión y Muerte de Nuestro Divino Salvador, sino también el dolor inmensurable del Sagrado Corazón por un mundo entero que se hunde en los pecados, lo cual traerá sobre sí su total destrucción, a menos que atendamos el llanto lastimero de “Tinieblas”: “Jerusalén, Jerusalén, vuelve al Señor tu Dios.”

Kyrie eleison.