Jeremías

El Pensamiento de Benedicto – II

El Pensamiento de Benedicto – II on julio 16, 2011

Si se divide en cuatro partes el estudio de Mons. Tissier acerca del pensamiento de Benedicto XVI, entonces la segunda parte presenta sus raíces filosóficas y teológicas. Al analizar la filosofía primeramente, Mons. está siguiendo la gran Encíclica “Pascendi” de Pío X. Si una botella de vino está sucia por dentro, el mejor de los vinos que se vierta dentro de esta se echará a perder. Si la mente de un hombre se desconecta de la realidad, como sucede con la filosofía moderna, entonces aún la Fe Católica filtrada a través de esta mente estará desorientada, porque ya no se dejará orientar por la realidad. He aquí el problema de Benedicto.

Así como su antecesor, Pío X, el Obispo atribuye la responsabilidad principal de este desastre de las mentes modernas al filósofo Alemán de la Ilustración, Immanuel KANT (1724 – – 1804), quien finalizó el sistema de anti-pensamiento, prevaleciente hoy en día en todos lados, el cual excluye a Dios del discurso racional. Porque si, como lo aseveraba Kant, la mente no puede saber nada del objeto excepto lo que pueda ser percibido por los sentidos, entonces la mente es libre de reconstruir la realidad detrás de las apariencias sensibles tal como le guste, la realidad objetiva se desprecia como imposible de conocer, y el subjetivismo reina supremo. Si el sujeto necesita de Dios y postula su existencia, muy bien. De otra manera, por así decirlo, ¡Dios no tiene suerte!

Mons. Tissier presenta entonces a cinco filósofos modernos, todos lidiando con las consecuencias de la locura subjetivista de Kant que pone las ideas por encima de las realidad y lo subjetivo sobre lo objetivo. Los dos más importantes para el pensamiento de este Papa pueden ser Heidegger (1889–1976), uno de los padres del existencialismo, y Martin Buber (1878–1965), uno de los principales exponentes del personalismo. Si las esencias son desconocidas (Kant), entonces solamente queda la existencia. Ahora el ente existente más importante es la persona, constituido para Buber por el intersubjetivismo, o la relación “Yo-Tu” entre personas subjetivas, que para Buber abre la vía hacia Dios. Por lo tanto el conocimiento del Dios objetivo dependerá del involucramiento subjetivo de la persona humana. ¡Vaya cimientos más inseguros para ese conocimiento!

Sin embargo este involucramiento del sujeto humano será la clave para el pensamiento teológico de Benedicto, influenciado primeramente, escribe Mons., por la célebre Escuela de Tubinga en Alemania. Fundada por J.S. von Drey (1777–1853), esta escuela sostenía que la historia se mueve por el espíritu de la era en constante movimiento, y este espíritu es el Espíritu de Cristo. Por lo tanto la Revelación de Dios ya no es el Depósito de la Fe terminada a la muerte del último Apóstol, y hecha simplemente más explícita a medida que pasa el tiempo. Por el contrario, tiene un contenido en constante evolución al cual contribuye el sujeto receptor. Así es que la Iglesia de cada era juega un papel activo y no solo pasivo en la Revelación, y le da a la Tradición pasada su significado actual. ¿Empieza a sonar esto conocido? ¿Como la hermenéutica del Dilthey? Ver CE 208.

Así es que para Benedicto XVI Dios no es un objeto aparte, ni meramente objetivo, él es personal, un “Yo” que intercambia con cada “Tu” humano. La Escritura y la Tradición si vienen objetivamente del divino “Yo,” pero por otro lado el “Tu” viviente y móvil debe constantemente reinterpretar la Escritura, y ya que la Escritura es muy importante para la Tradición, entonces la Tradición debe también tornarse dinámica por el involucramiento del sujeto, y no quedarse solamente estática, como la Tradición “fijista” de Arzobispo Lefebvre. Similarmente la teología debe de ser subjetivizada. La Fe debe de ser una “experiencia” personal de Dios, y aún el Magisterio debe dejar de ser meramente estático.

“Maldito el hombre que confía en el hombre” dice Jeremías (XVII, 5).

Kyrie eleison.

La Política de Jeremías

La Política de Jeremías on marzo 27, 2010

Así como Jeremías es el profeta del Viejo Testamento para las últimas dos semanas de cuaresma, también es el profeta para los tiempos modernos. El que él sea el profeta de las dos últimas semanas de la cuaresma es evidente de la liturgia de la Semana Santa en donde, para expresar su pena por la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, la Madre Iglesia elabora recurrentemente en las “Lamentaciones” de Jeremías por la destrucción de Jerusalén en 588 A.C. El que Jeremías sea el profeta de nuestros tiempos es la percepción del Cardenal Mindszenty, sin duda porque el Cardenal vio que los pecados de su propio mundo merecían más las denuncias de Jeremías que aquellos de Judá, encaminándonos con la misma certeza a la destrucción de nuestra actual vida de pecado.

Actualmente, en el dominio de la política y la economía, algunos comentaristas hoy en día (accesibles a través de internet) claramente ven cómo esa destrucción se acerca, pero no relacionan esto con la religión porque ya sea ellos, o la mayoría de sus lectores, empezando desde abajo, no piensan en las cosas de arriba. Jeremías, por el contrario, empezando desde arriba con su llamada dramática por Dios (Capítulo I), ve a la política, a la economía, a todo, a la luz del Señor Dios de las Hostias. Por lo tanto, después de denunciar incesantemente la horrenda perfidia de Judá y sus pecados en contra de Dios y después de anunciar el castigo de Judá en general (Cap. II-XIX), hace algunas profecías políticas en lo particular: los ciudadanos de Judá serán capturados y llevados a Babilonia (XX), con su Rey Sedecías (XXI), y los Reyes Joacáz, Joakim y Joaquín serán castigados también (XXII).

Dichas profecías no hacen a Jeremías muy popular. Los sacerdotes de Jerusalén lo arrestan (XXVI), un falso profeta lo reta (XXVII), el mismo Rey Joakím busca destruir los escritos del profeta (XXXVI), y finalmente los príncipes de Judá lo arrojan a un pozo lleno de lodo para que muera, del cual es rescatado únicamente por un Etíope (XXXVIII). Inmediatamente Jeremías se aventura de vuelta a la política, pidiendo con insistencia – en vano – la rendición del Rey Sedecías a los Babilonios, hecho que le hubiera ahorrado mucho sufrimiento.

Obviamente a las autoridades religiosas y seculares de la decadente Jerusalén no les gustaba lo que el hombre de Dios les decía, pero por lo menos tenían un sentido suficiente de la religión como para tomarlo en serio. ¿Acaso no, hoy en día, la Iglesia y el Estado lo tacharían de “loco religioso” y le dirían que se “mantuviera afuera de la política”? ¿No será que tanto la Iglesia como el Estado han deslindado a la política de la religión de tal manera que no pueden ver hasta que punto tan profundo sus políticas sin Dios están marcadas por su propia falta de piedad? En otras palabras, la relación de los hombres con su Dios impregna y gobierna todo lo que hacen, aún cuando esa relación por parte del hombre es una de total indiferencia hacia Dios.

Así es que si cualquiera de nosotros sigue este año un Oficio de “Tinieblas” (“oscuridad”), permitan que el dolor de Jeremías por la Jerusalén desperdiciada evoque para nosotros no solamente el dolor de la Madre Iglesia por la Pasión y Muerte de Nuestro Divino Salvador, sino también el dolor inmensurable del Sagrado Corazón por un mundo entero que se hunde en los pecados, lo cual traerá sobre sí su total destrucción, a menos que atendamos el llanto lastimero de “Tinieblas”: “Jerusalén, Jerusalén, vuelve al Señor tu Dios.”

Kyrie eleison.