Eleison Comments

Caverna Interior

image_pdfPDFimage_printPrint

El visitar Subiaco me hizo recordar dos hexámetros en Latín los cuales sitúan consecutivamente a cuatro fundadores de grandes Órdenes religiosas en la Iglesia. Además de recorrer tres cuartas partes de la historia de la Iglesia, estas líneas también sugieren el porqué muchas almas Católicas hoy en día tienen la impresión que su Fe pende de un hilo.

Estas son las líneas: Bernardus valles, colles Benedictus amabat,

Oppida Franciscus, magnas Ignatius urbes.

En castellano: Bernardo amaba los valles, Benedicto las montañas,

Francisco los pueblos, Ignacio las grandes ciudades.

En orden cronológico (brevemente alterado por las exigencias del hexámetro latín), San Benito (480–547) buscó a Dios en las montañas (Subiaco, Monte Cassino); los Cistercienses impulsados por San Bernardo (1090–1153) bajaron a los valles (notablemente Clairvaux); San Francisco (1181–1226) deambuló en medio de los pequeños pueblos de su época, mientras los Jesuitas de San Ignacio (1491–1556) emprendieron el apostolado moderno de la grande ciudad. Uno podría decir que la ciudad moderna tomó venganza cuando los Jesuitas, junto con los Dominicos, dirigieron el colapso del Vaticano II (p. ej. de Lubac y Rahner, S.J.; Congar y Schillebeeckx, O.P.).

¿Acaso no es la progresión de la montaña a la ciudad una progresión de estar solo con Dios a estar únicamente con el hombre? El industrialismo y el automóvil hacen posible la ciudad moderna con su vida suave, pero al hacerlo generan un entorno diario cada vez más artificial y alejado de la Naturaleza de Dios. Con las comodidades materiales se incrementan las dificultades espirituales. La vida en la gran ciudad se vuelve cada día más inhumana y de hecho el instinto liberal de la muerte podría pronto incitar la Tercera Guerra Mundial, devastando la vida urbana y suburbana como la conocemos hoy en día. Entonces, si por una variedad de razones, un Católico no puede dirigirse a las montañas, ¿cómo se mantiene lejos de las instituciones mentales?

Una respuesta es lógica: debe de vivir con Dios, dentro de sí mismo, en una caverna interior, dejando que el mundo se torne loco alrededor de él. Debe de convertir su propio corazón en una ermita y por lo menos su casa, si es posible, en algo que se le parezca a un santuario, aunque respetando todas las necesidades naturales de la familia. Eso no significa vivir en un propio mundo irreal, sino en el verdadero mundo interno de Dios, contrariamente al mundo fantástico externo del Demonio, que nos presiona en todos los sentidos.

De manera similar, la Nueva Iglesia ha cerrado un sinfín de monasterios y conventos desde el Vaticano II, lo que deja menos posibilidades para un alma que puede pensar que escucha un llamado interior de Dios. ¿Los ha guiado a través de un callejón sin salida o los ha dejado caer? ¿O será que tal vez los llama a llevar una vida religiosa en su interior, convirtiendo su pequeño apartamento en la gran ciudad en una ermita, y su oficina sin Dios en un campo de apostolado a través de la oración, la caridad y el ejemplo? Nuestro mundo está en gran necesidad de almas Católicas que irradien hacia afuera su paz interior y su calma con Dios.

Kyrie eleison.