teología

¿Verdadero Papa? – II

¿Verdadero Papa? – II on mayo 7, 2011

De ninguna manera todos están de acuerdo con la opinión que se presentó aquí hace una semana (EC 198) según la cual la buena fe subjetiva o la buena voluntad de parte de los Papas Conciliares previene que sus escalofriantes herejías objetivas los invalide como Papas (ver Profesor Doermann en referencia a las enseñanzas de Salvación Universal de Juan Pablo II, ver al Obispo Tissier en referencia al vaciamiento de la Cruz por Benedicto XVI). Según la opinión opuesta estas herejías son tan escalofriantes que #1, no pueden haber sido pronunciadas por verdaderos Vicarios de Cristo, o #2, ninguna cantidad de buena fe subjetiva puede neutralizar su veneno objetivo, o #3, la buena fe subjetiva se excluye en el caso de Papas Conciliares educados en la antigua teología. Revisemos con tranquilidad estos argumentos de uno en uno:—

Primeramente, ¿hasta qué punto puede el Señor Dios permitir que sus Vicarios lo traicionen (objetivamente)?, solo Dios sabe exactamente. Sin embargo, sabemos de la Escritura (Lucas XVIII, 8) que cuando Cristo regrese, difícilmente encontrará la Fe en la tierra. Pero la Fe, en el 2011, ¿está ya reducida a ese punto? Uno puede pensar que no. En ese caso Dios puede permitir que sus Vicarios Conciliares hagan aún cosas peores, sin que estos dejen de ser sus Vicarios. ¿Acaso las Escrituras no declaran exactamente en el mismo momento en que Caifás estaba conspirando el crimen de crímenes en contra de Dios, concretamente la muerte judicial de Cristo, que era el Sumo Pontífice (Juan XI, 50–51)?

En segundo lugar, es verdad que la herejía objetiva de herejes bien intencionados es mucho más importante para la Iglesia Universal que sus buenas intenciones subjetivas, y también es cierto que muchos herejes objetivos están convencidos subjetivamente de su propia inocencia. Por ambas razones cuando la Madre Iglesia se encuentra sana, tiene un mecanismo para forzar a esos herejes materiales ya sea a renunciar a sus herejías o a convertirse en herejes formales en toda la extensión de la palabra. Este mecanismo es sus Inquisidores a quien dota de su autoridad otorgada por Dios para definir y condenar la herejía, para mantener la pureza de la doctrina. Pero, ¿qué pasa si es la autoridad más alta en la Iglesia la que está nadando en herejías objetivas? ¿Quién está por encima de los Papas que tenga la autoridad para corregirlos? ¡Nadie! Entonces, ¿acaso Dios ha abandonado a su Iglesia? De ninguna manera, pero la está sometiendo a un juicio severo, muy merecido por la gran cantidad de Católicos tibios de hoy en día – e incluso, ¿de Tradicionalistas?

En tercer lugar, es cierto que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI recibieron una educación pre-Conciliar en filosofía y teología. Pero para su tiempo los gusanos del subjetivismo Kantiano y del evolucionismo Hegeliano ya se habían comido, por más de un siglo, la coraza del concepto de verdad objetiva e inmutable, sin la cual el concepto de dogma Católico inmutable no tiene ningún sentido. Ahora, uno puede ciertamente argumentar que ambos Papas son moralmente culpables – digamos, por amor a la popularidad, por orgullo intelectual – de su caída en herejía material, pero las fallas morales no pueden reemplazar la condenación doctrinal autoritativa para convertirlos de herejes materiales en herejes formales.

Por lo tanto, ya que solamente los herejes formales son excluidos de la Iglesia, y ya que la única manera segura de probar que alguien es formalmente un hereje no está disponible en el caso de los Papas, una gama de opiniones acerca del problema de los Papas Conciliares debe permanecer abierta.

“Sedevacantista” no merece ser la palabra sucia que los “Tradicionalistas” liberales hacen de ella, pero por el otro lado los argumentos de los sedevacantistas no son tan concluyentes como desearían o pretenden. En conclusión, los sedevacantistas aún pueden ser Católicos, pero ningún católico está obligado aún a ser sedevacantista. Por mi parte pienso que los Papas Conciliares son Papas válidos.

Kyrie eleison.

Sonata Hammerklavier

Sonata Hammerklavier on septiembre 12, 2009

La música, la historia y la teología están íntimamente relacionadas, debido a que existe un solo Dios y todos los hombres fueron creados por El para tender a Él. La historia relata las acciones de estos hombres entre sí de acuerdo a su tendencia hacia El o lejos de Él, mientras la música expresa la armonía o falta de ella en sus almas al hacer su historia hacia El, o no. La música de Beethoven (1770–1827), tomada como divisoria en tres periodos, es una clara ilustración.

Su primer periodo, que contenía las obras relativamente tranquilas de su magistral aprendizaje de Mozart (1756–1791) y Haydn (1732–1809), corresponde a los últimos años de la Europa pre-Revolucionaria. El segundo periodo contiene la mayoría de sus gloriosas y heroicas obras por las cuales Beethoven es mejor conocido y apreciado, y corresponde al periodo de levantamientos y guerras esparcidas de la Revolución Francesa a lo largo de toda Europa, y aun más allá. El tercer periodo, que contiene obras maestras profundas pero un tanto desconcertantes, corresponde al intento de Europa, después del Congreso de Viena (1814–1815), de reconstruir el antiguo orden pre-Revolucionario sobre bases post-Revolucionarias, intento ciertamente desconcertante.

La “Heroica” (1804), que es la Tercera Sinfonía de Beethoven, se considera la obra crucial entre el Primer y Segundo Periodo. Esta le otorgo primordialmente una expresión total a su humanismo heroico de un nuevo mundo. Semejante es su 29a Sonata para Piano, el “Hammerklavier” (1818), inquanto es la obra crucial entre el Segundo y Tercer Periodo. Es una pieza enorme, majestuosa, distante, admirable pero extrañamente inhumana . . . El primer movimiento abre con una fanfarrea resonante seguida de una variedad de ideas en la Exposición, una lucha climactica en el Desarrollo, una Recapitulación variada y una Coda nuevamente heroica, tratos que son típicos del Segundo Periodo, sin embargo vivimos en un mundo diferente: las armonías son frescas, por no decir frías, mientras que la línea melódica raramente es cálida o melodiosa. El breve segundo movimiento difícilmente es más amigable: un apuñalante cuasi-Sherzo, un estruendoso cuasi-Trío. El tercer movimiento, el movimiento lento más largo de Beethoven, es un lamento profundo y casi absoluto, en donde los momentos de consolación apenas destacan el ambiente prevalente de desesperanza total.

Una introducción meditabunda es necesaria para hacer la transición al último movimiento de la Sonata, usualmente veloz y reconfortante, pero en este caso veloz y sombrío: un tema principal recortado se retoma, se hace más lento, se voltea de atrás hacia adelante y de arriba hacia abajo en una sucesion de episodios desangelados de una fuga de tres partes. A la pena sin limites del movimiento lento responde una energía sin limites en una lucha musical más brutal que armoniosa, nuevamente con la excepción de un breve interludio melódico. Justo como en el movimiento del cuarteto de cuerdas, la “Grosse Fuge” (Gran Fuga), Beethoven augura la música moderna. “Es magnífica,” el General francés de le guerra de Crimea pudo haber dicho, “pero no es música.”

El mismo Beethoven descendió de este Monte Everest de sonatas para piano para componer en sus últimos diez años algunas otras obras maestras, particularmente la Novena Sinfonía, pero todas ellas de alguna manera opacadas. La exaltación desinhibida del héroe del Segundo Periodo es generalmente cosa del pasado. Es como si Beethoven hubiera primeramente abrazado el orden devoto de antaño, para luego luchar para conquistar su independencia humana, para en tercer lugar acabar preguntándose: ¿Qué significado tiene todo esto? ¿Qué significa el hacerse independiente de Dios? Los horrores de la “música” moderna son la respuesta, augurada en el “Hammerklavier.” Sin Dios, tanto la historia como la música mueren.

Kyrie eleison.